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A mí también me afectó la violencia

  • Foto del escritor: Fabio Miguel Monroy Martínez
    Fabio Miguel Monroy Martínez
  • 7 abr 2023
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 9 abr 2023

5 agosto 2016

Por: Fabio Monroy Martínez.

Abogado - Periodista, Magister en Comunicación y Derechos Humanos.

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“Doctor Monroy, venga a reconocer el cadáver de su hermano”… Por un momento quedé helado, mi señora madre, por fortuna no se percató de mi cambio de ánimo y aprovechando que era hora del almuerzo le dije a William José que la llevara a la casa, que yo más luego iría, dejando por mi lado la bocina del teléfono en el escritorio, habiéndole pedido al oficial de la policía que aguardara un momento.

A quién no le haya afectado la violencia fratricida y loca que empaña con sangre el escenario de Colombia que tire la primera palabra de alegría. Todas las familias en el país norteño de Suramérica, ubicado estratégicamente entre el Océano Atlántico y el Océano Pacífico, en una zona ecuatorial que ofrece diversidad de paisajes, flora y fauna. Lamentablemente, desde hace más de seis décadas el baño de sangre es inconmensurable e incuantificable. Absolutamente todas las familias colombianas han resultado afectadas, de una u otra manera, por ésta ciega, loca y hasta hace pocos años considerada “imparable” violencia que en el país se reconoce, en parte como conflicto interno armado.

Son muchas las madres y/o padres que lloran a sus hijos, tíos y tías a sus sobrinos y sobrinas, abuelas y abuelos a nietos y nietas y hasta amistades entrañables que, por los avatares de la vida colombiana, les ha tocado reconocer el cadáver de quien ha significado mucho en sus vidas, o en los mejores casos les ha correspondido atender a sus familiares o amistades lisiados por minas quiebrapatas o esquirlas de proyectiles en medio de confrontaciones hasta ajenas.


“Mi hermano y yo” como los Zuleta

Se acercaba el mediodía de un lunes de marzo de 1994, estando en nuestra oficina particular dedicada a las asesorías jurídicas e inmobiliarias, que llamaba: “Monroy Martínez Asociados” (contando con familiares de ambos núcleos, como asistentes, secretaria y demás) ubicada en el piso 8º. Del Edificio Santander, con mi señora madre como “Gran Matrona” que teníamos como un faro o guía moral, Elizabeth Martínez Guerrero como algo más que secretaria, era una asesora excepcional que atendía a la clientela hasta mejor que el suscrito, William Muñoz Martínez, que empezaba a estudiar derecho en la Universidad Simón Bolívar, era la mano derecha derecha y por qué no, hasta la derecha; por los Monroy, en especial, Antonio y Javier hacían lo propio, como excelentes seres humanos que trabajaban jornadas memorables, con humor fino en momentos pertinentes. La lista era larga de familiares de uno u otro lado.

Contábamos con la extraordinaria participación, aunque de manera intermitente por razones que más adelante expondremos, de Miguel Enrique Monroy Martínez, ciudadano de primera línea, dedicado a fomentar el amor por la naturaleza con especial atención en los animales, criaba y educaba perros pastor alemán y otros, y con nosotros en la oficina era genial, hasta se adelantaba a satisfacer nuestras necesidades mucho antes de que se presentaran. Era tan genial que, el Parque del Paraíso (donde crecimos, nos desarrollamos, estudiamos y establecimos los primeros nexos firmes con familiares extendidos como con los Santiago, los Seara, los Osorio y demás) lo recuperó a punta de insistencia ante las autoridades locales. Grato recuerdo hermano del alma.

Volviendo al mediodía de ese nefasto lunes de marzo, teniendo al otra lado de mi escritorio a mi señora madre, me dice Elizabeth Martínez que el Comandante de Policía de San Juan del César, Guajira, me llamaba; en primera instancia me pareció normal la llamada, puesto que por el derecho o el periodismo estábamos ligados entrañablemente con los miembros de la Fuerza Pública colombiana tanto del Ejército como de la Policía, la Fuerza Aérea, Marina y demás, incluso del desaparecido DAS también teníamos amistades y conocidos.

Al contestar la llamada, siendo exactamente las 11:45 a.m. del lunes 14 de marzo de 1994, el Comandante de San Juan del César me dice directamente, sin medias tintas: “Doctor Monroy, venga a reconocer el cadáver de su hermano”… Por un momento quedé helado, mi señora madre, por fortuna no se percató de mi cambio de ánimo y aprovechando que era hora del almuerzo le dije a William José que la llevara a la casa, que yo más luego iría, dejando por mi lado la bocina del teléfono en el escritorio, habiéndole pedido al oficial de la policía que aguardara un momento.

Al retomar la conversación telefónica con el Comandante de la Policía de San Juan del Cesar, Guajira, me dice seca y tajantemente: “Si usted no puede venir enterraremos a su hermano como NN”. Ante semejante afirmación le recordé que de Barranquilla, capital del departamento del Atlántico a San Juan del César, Guajira hay por lo menos cinco (05) horas de distancia, por lo que, si me aguardaba con mucho gusto haría la travesía necesaria con tal de darle un entierro digno, por lo menos, a mi hermano menor quien había sido ultimado inmisericordemente por “confusión”, al parecer fue la supuesta justificación de la Fuerza Pública para proceder de tal manera. El trayecto lo hicimos mi hermano mayor, Camilo y un conductor que había dispuesto un gran amigo, Venancio Ferrer para que condujera la camioneta que nos asignara para dicho cometido, habiéndole dejado mi automóvil particular a él para que se transportara mientras nosotros regresábamos.

Finalmente, ya estando en el cementerio de esa población, con los funcionarios de la alcaldía y de la Fiscalía procedimos al reconocimiento del cadáver del “Mono”, como le decíamos en la familia desde niño a Miguel Enrique Monroy Martínez, mi hermano menor. De allí en adelante, nuestras vidas personales y familiares, tanto de mi madre, de mi hermano, de mi sobrino Fabio Miguel Monroy Saade, homónimo mío, a quien hemos criado como hijo nuestro, ha sido de muchos altibajos: En primera instancia nos vimos en la imperiosa necesidad de cerrar nuestra oficina Monroy Martínez Asociados por múltiples razones concomitantes a una especial debido a la manera como “aplastó” (literalmente) a mi madre la noticia del vil asesinato de nuestro hermano, asistente, compañero, amigo y dicharachero “Mono”.

En segunda instancia: Con asiduidad nos vimos en la constante asistencia a mi madre, quien se forró en negro por mucho tiempo y no salía a la calle a nada por considerarse culpable de la muerte de su hijo menor, mi hermano y hasta confidente. Finalmente, dejo constancia expresa que ésta situación para nada me ha llevado a la determinación que han tomado otros personajes de la vida nacional que, con tal de mantenerse en la espiral de violencia que le reditúa inmensos privilegios, justifican su accionar belicoso “porque me mataron a mi padre” dicen algunos, o “porque me mataron a mi familiar” dicen los otros.

De nuestra cuenta siempre, antes del insuceso trágico ampliamente narrado en éstas líneas, durante el mismo y en todo nuestro andar en éste planeta tierra hemos considerado y seguiremos considerando como seres humanos que merecen nuestra valoración y respeto todos los integrantes de las Fuerzas Militares de Colombia en general y de la Policía Nacional en particular.




 
 
 

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